jueves, 15 de agosto de 2013

Entre el martes 13 y el gato negro


La cobertura periodística de algunos hechos genera adrenalina. Estar solos con mi amigo Jorge Castro, entre las tres y las cinco de la mañana en la Jefatura de Policía tomada por "encapuchados" como dice el gobierno, fue una experiencia por lo menos singular. El martes 13, a las 22, los polis rebeldes hicieron la primera intentona y no les dio el cuero. Ahí estábamos con mi amigo Carlos Capella y otros colegas cuando empezaron a inventar excusas y decir que les hicieron "una encerrona".

Ya en la madrugada, cuando vinieron más, se animaron y entraron. Hacía unos minutos que nos habíamos ido para armar el material conseguido y publicarlo.

Ahí se quedó mi amigo Castro. Canas adelante, canas atrás: lo apuraron feo y a las 3 de la madrugada me sacó de la cama pidiéndome que fuera. Hacía una hora que me había acostado.

Y así, ya desde la madrugada del 14 le pegamos hasta el mediodía. Escribiendo, relatando, contando lo que vimos casi en exclusiva temprano, con la jefatura plagada de colegas, el resto del día.

A las dos de la tarde, el renunciado jefe de policía salía de su oficina. Dijeron que lo habían encerrado, no lo creo. Anduvieron preguntando por la llave de la puerta principal de su despacho pero después salió por otro pasillo cuando se hizo presente la Fiscal.

Entre declaraciones e "inspecciones oculares" se hicieron las tres y media cuando nos dimos cuenta, con Carlos, que el hambre arreciaba. Parecen macanas, pero el laburo te oculta las ganas de comer. Yo no había desayunado y él me llevaba un café de ventaja.

Compramos una tarta y nos dispusimos a comerla sentados en el auto con una cocucha efervescente.

En eso estábamos mientras escuchamos el aullido de un gato: "Falta que nos venga a pedir comida" le dije o me dijo. No sé, con el cansancio los tiempos y los dichos se alteran.

El gato negro se bajo de la rama, se acercó y se paró sobre la puerta maullando hambriento mientras se estiraba con pachorra.

Efectivamente, pedía comida. Así que de cada porción él ligó un poco y chocho el tipo (o la tipa, no sabemos) no nos dedicó un día de mala suerte como su color indica. Ya termina la jornada y para nosotros ha sido buena, además de adrenalínica.

Se trata, sin dudas, de un gato agradecido. No como los otros -los cobanis- que nos miraron desconfiados todo el día.


14 de agosto de 2013

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