viernes, 23 de septiembre de 2011

Cuarto de siglo

Pagando deudas,
medio mías, medio ajenas.
Salando heridas...
23 de setiembre.
Cuarto de siglo...
Y yo tan Navegante Solitario como siempre.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Equlibrio




¿Cómo mantener el equilibrio ante el desbocado galope que siento dentro? ¿Cómo disimular lo indisimulable? Pero se hace imprescindible el equilibrio, para no interpretar equivocadamente las señales.

Dice la Teoría del Caos que el leve temblor que provoca en el aire el vuelo de una mariposa puede repercutir de manera inimaginable en el otro lado del planeta a raíz del delicado equilibrio que nos rodea.

¿Repercutirá de igual manera esa porfiada multitud de mariposas que se ha instalado justo aquí, a la altura del estómago? ¿Habrá, también, otras mariposas espejando el movimiento allá, tan pero, pero tan lejos y a la vez tan pero tan cerca, a través de este mundo que se une gracias a los unos y a los ceros?

Es cierto, la escritura alivia pero también estremece y rompe el equilibrio y da paso a un caos nuevo. Deseado. Temido pero deseado. Que rompe el status quo. Y genera tormentas de sensaciones que había ordenado se durmieran para siempre.

Lo he leído unas cien veces durante el día, para no equivocar ni forzar ninguna interpretación. Como adolescente desperté a las tres y media de la mañana. Y volví a leerlo y así casi todo el día. Y ahí está el texto, todavía con mil incógnitas y sigo aquí salvándote al estilo Juarroz, pensándote y pensándote, con un imenso deseo de tomar el mismo vuelo que me llevó al país del norte, pero esta vez, imaginando una ciudad distinta, plena, llena de vos.

Pero debo mantener el equilibrio

¿Debo mantener el equilibrio?

¿Estarás ahora salvándome?

sábado, 10 de septiembre de 2011

Oficios


"Dos oficios y un color", me pidieron que dijera. Juego de niños camino a ser adolescentes.

-Carpintero, panadero y rojo... arriesgué y allí comenzó, al menos formalmente, mi extenso recorrido por los oficios, algunos terrestres y otros no tanto.

No sé que fue antes, pero del rojo viene uno de los primeros oficios que aprendí y aún hoy practico con fruición.

Diez o doce tenía -creo- cuando intentaba atraparlo con la Kodak Fiesta de rollo blanco y negro. Y seguí y lo atrapé miles, miles de veces, aún en escala de grises. Con todos sus matices y combinaciones. Virando hacia el naranja, arrimándose al amarillo, contrastado con el negro. En las tardes que el sol incendia el horizonte, en los ojos irritados por el llanto.

Del rojo y el fuego también aprendí
el oficio de describir, con palabras, lo que no siempre está latente a simple vista.

Del carpintero, siempre me gusta animarme a construir mis muebles, mis puertas, mis ventanas, pero no siempre el serrucho, la gubia, la escofina, entienden el propósito de mi proyecto.

Igual suele sucederme con la harina, que suele confundir su tiempo de levado y me da panes chatos u otros que paracen globos inflados. Aún así, ejerzo, de tanto en tanto, este oficio difícil de hacer panes que se despedazan en rodajas de luna sobre mi mesa, "ante los ojos alborozados de los míos" como dice el poeta. Cuartos crecientes, lunas llenas o a veces insignificantes uñas que quedan cuando están menguando, pero pan al fin.

Según dice mi madre, el más viejo de mis oficios, además del de llorar -que aún conservo- fue el de cantar. 'Angélica cuando te momo', decía a los dos años, a media lengua, acompañando a Los Chalchaleros.

Ya casi a los tres -faltában días para mi cumpleaños- adquirí, mi viejo mediante y la ayuda de un amigo, el oficio de navegar en soledad. Barco Triciclo - Triciclo Barco y el traje cosido por mi madre, que me hicieron ganador inapelable del concurso de disfraces de los corsos de mi pueblo: El Navegante Solitario, homenajeando a Vito Dumas o a Evita o ambas cosas, no sé bien.



Jugando un día con mis hijos descubrí un día el menos terrestre de mis oficios; el de curar heridas. Sin creer en lo que decía, heredero de mi abuelo Nicolás del poder de borrar verrugas y testes, se les fueron cuando eran ellos -mis hijos- apenas un chichón del suelo. La fórmula era fácil: tocar el lugar y pedir "Pasame tu dolor y yo lo sublimo". Y así un día alguien vino y me pidió: "Abrazame, que te necesito, tengo cáncer". Reticente al principio, me embarqué después en aquella tumultuosa cura donde teminó confundiéndose amor, deseo y traición. Aquí estoy yo, tras unos años, con ese dolor que tanto cuesta sublimar, depués que dijo que la enfermedad se había ido y que ella también se iba.

También conocí el oficio de Dios con sus preguntas y me animé a tener diálogos con el diablo.

El de lector lo aprendí a las cachetadas, sin instrucción previa, sin orden ni guía establecida. A puro instinto en la biblioteca municipal. Un libro en la semana de promedio. Las Tumbas, de Enrique Medina, casi el primero que leí y aprendí que mi adolescencia no era la única posible. Que más allá de los confines de mi casa, donde estaba abrigado y contenido, había otras vidas lúgubres, sufridas, sufrientes, ansiosas de un rumbro diferente. No sé cuantos kilómetros llevo leído, pero son varios, aunque ya me cuesta un poco salir de cierta literatura, que vuelvo a releer.

De puro lector, me empeciné en otro oficio que me lleva años y seguro me insumirá otros tantos para -espero- lograr el resultado soñado, igual al de Florentino Ariza. ¿Persona? ¿Personaje? ¿Cuanto de él llevo encima? ¿En cuanto se inspiró Gabriel conmigo -aún sin conocerme- en esa historia? "Valiente y autocrítico. Tímido y arriesgado. Seguro y trastabillante. No se banca frases comunes pero las pide. Vive los imposibles como certezas. Encuentra caminos aún en medio de la selva. Es imprudente pero se libera. No encuentra la salida pero tiene esperanzas. Se desarma pero con intensidad. Le gusta la gente tanto como estar solo. Critica, se critica. Entrega y se guarda. Y se alimenta de utopías" me respondiste sin responderme, con sutileza, una vez a una pregunta que tramposamente no te hice. Y sigo esperando para ese crucero en algún mar, aún cuando apuestes todo al 516.