viernes, 24 de agosto de 2012

Esa extraña costumbre de comprar cosas raras y viejas

Mi viejo tenía esas cosas... No era demasiado hábil para los negocios. Tenía sí, una particular manera de darse maña para todo y arreglaba/inventaba/componía la mayoría de las cosas con las que la vida lo enfrentaba. Habilidad manual, que le dicen. Habilidad que, como el color de los ojos, se saltea una generación y fue a dar en mi hijo, aunque no el celeste profundo de su mirada, que se lo quedó Marta, mi hermana mayor, desafiando las leyes de la genética.

Entre esas tantas cosas que tenía, había una muy particular -no sé si él lo sabía o pudo darse cuenta-: Comprador de cachivaches, lo que fuera. Le fascinaba ir a los remates. De allí podía venir con cualquier cosa. A esa manía la heredó Gabriel, mi sobrino, que no en vano lleva Eduardo como su segundo nombre.

No sé porqué, pero anoche tuve un asalto de nostalgia y me puse a recordar los autos y camiones que hubieron en casa. La verdad, a algunos me costó una enormidad encontrarlos en la web. Hay dos que dudo en si son o no los mismos. En Internet hay miles de millones de imágenes de autos, pero uno en particular, mi primer auto, no logro dar con él. Sí con uno que es muy parecido, pero si la memoria larga no me falla, no se trata de mi pequeño biplaza, que yo creía era un De Carlo, pero don De Carlo no tiene ningún modelo que se le parezca.


Acá está el que se le parece, este es un Dinarg, construído en Córdoba, un modelo totalmente argentino. Yo tenía 11 años... A los 8 ya había comenzado a subirme a los camiones y a manejar de costeleta (tomando solo el volante). La verdad es que aunque parecido, no era igual. En principio, el mío, no tenía capota ni puertas. Era un Cabrio! Pero capaz se la habían cortado. El interior es idéntico a uno de los que todavía se conservan.



No entendimos el mensaje de mi viejo: Hay un ¿¿como nombrarlo?? que pide más de cien lucas por una carcacha de esas que se ve como recién salida de fábrica. Pero no deja de ser una carcacha. Sucede que solo se fabricaron 135 autos de ese tipo y pasó a ser de colección. Tenía motor de moto, de 200 cc y cuando calentaba comenzaba a hacer autoignición; traducido, por más que uno le cortara la corriente, seguía andando igual. Lo único que sofocaba su deseo de marchar era la llave de la nafta. No había otro modo. Motor trasero, enfriado a aire, que se encaprichara y no se detuviera, era normal. Colorado. Se fue en parte de pago de mi segundo auto.


"La Intitec", como le decía mi viejo casi en tono de broma, se llamaba en realidad Institec o Justicialista. También salieron de una fábrica de Córdoba: El Insituto Tecnológico Industrial. Con un poderoso motor de dos cilindros, dentro de un capot como el de una nave espacial, arribaba a duras penas a los 40 o 50 km por hora y funcionaba a mezcla, como las motos de dos tiempos. En ese vano entraba perfectamente un V8 y allí, perdidito, estaba ese motorcito pedorro.


Miren la foto y verán que no exagero. Como venía medio medio de pintura, con una pistola de pintar comprada ad hoc, le dimos una mano de verde inglés a la carrocería y marrón dulce de leche a la caja de madera. Cambios al volante, tercera... Y un andar pedorro inolvidable.


En el patio, mientras tanto, descansaban de hacía tiempo, en larga hilera de cacharros que encabezaba una máquina esquiladora de ocho brazos -que también diseñó mi padre y armaron en un taller que estaba al sur del pueblo- que funcionaba a algo así como glicol (a ese combustible, seguro no lo tenían y yo dudo, después de leer sus propiedades, pero me acuerdo siempre que lo nombraba) y estaba refrigerado por un depósito de agua sobre el mismo motor. Poleas y volantes daban vida a las tijeras de esquilar ovejas. La veo, si alguien me ayudase, podría repetir la figura, porque no hay registro de tamaña máquina que circulaba como una especie de acoplado de cuatro ruedas y apariencia extraña.


Más atrás, estaba el Mánchester, color verde con un chasis de madera bastante maltrecho. Era modelo 1927. Casi igual que el de la foto, pero en lugar de ser de madera la cabina, era de chapa. No tenía bocina, así que en las esquinas, había que golpear las puertas para avisar que allí venía.


Tampoco tenía arranque y solo respondía a la vuelta de manija. El Mánchester tenía, para mí, varias anécdotas. Y es probable que se hubiese parecido -un poco menos destartalado- al de la foto de abajo.


Creo que convivieron poco tiempo con el Reo, un camión de apariencia militar, pienso que de la Segunda Guerra, según los datos que junté. Los que encontré son de tres ejes, pero si la memoria no me falla, el nuestro tenía solo dos. La cosa es que una vez compraron -junto a mis tíos- un Ford 7000 para llevar colchones y como este tenía un volcador, fue a dar encima del viejo Reo, que no recuerdo nunca haberlo visto marchar.


El volcador, hechos los arreglos del caso, terminó siendo una pileta en que la nos bañábamos los veranos. No debieron haber sido muchos ni los veranos ni los baños. Allí, con una vecinita, me parece haber jugado alguna vez al doctor o algo así. Tengo un lejano recuerdo en la punta de mis dedos. ¿Diez, once, doce años?


El terreno de la casa de la calle España tenía 15 metros de frente por 25 de profundidad. Y en ese cuarto de cuadra se iban alineando las poderosas máquinas.

Recuerdo, cerrando la fila, a la Justicialista.


Después o simultáneamente, no recuerdo, pero me inclino más por lo último, hubo en casa el que fue la camioneta "oficial". Una Siam Argenta modelo 1961, que vino con algún color que ya no recuerdo, pero después de enchastrarla con masilla, convertimos en una fulgurante chatita blanca. X 253 446


Tendría 12 ó 13, más o menos. En ella fuimos por primera vez de vacaciones. El destino: Alpa Corral.


El de pelo largo y malla a cuadros era yo. A los 13, más alto que mi viejo, que luce su infaltable camiseta... Al lado, Clyde, la menor de mis hermanas. Era bonita la mocosa, pero bue... los chicos crecen.


Después también hubo otros viajes. Cuando se casó mi hermana Cristina, en Buenos Aires, casi nos matamos en la ruta 8, cerca de Todd (el pueblo casi no existe, pero el cagazo fue tan grande que no lo olvido más). Un F100 nos pasó a mucha velocidad, llovía y mordió la banquina izquierda. Nos cubrió de barro y se cruzó enfrente. Quedamos a ciegas y por suerte nadie venía por la mano contraria. La Ford terminó haciendo trompos en la banquina derecha y fue a dar contra el alambrado.

Nadie se hizo nada. Solo un susto, pero de los grandes. Esa fue la camioneta oficial por algún tiempo.


Después seguí avanzando con mis móviles. Todavía no sé porque mi viejo me cambiaba los autitos que tenía. Debía ser porque ninguno servía para mucho. Pero no recuerdo haberle pedido jamás que los comprara. El siguiente fue un Renault Dauphine preparado para correr, que se lo vendieron unos mecánicos que vivían a la vuelta de mi casa. Un perno. Tenía el motor fundido y a duras penas levantaba 60 kilómetros por hora. Levantaba más temperatura que velocidad.


Pero había que verlo, porque tenía todo de primera. Le habían sacado el tablero completo y en su lugar había velocímetro, cuentavueltas, vacuómetro, amperímetro y otros relojes que ni recuerdo para que eran. Tenía una jaula antivuelco y el detalle preciado lo daba la palanca de los cambios que tenía una agarradera que se adaptaba a la mano. Como cuando uno aprieta un bollo de masilla o plastilina y quedan las marcas de los dedos registradas. Una masa el celeste intenso.


No sé cuando duró, pero no fue demasiado. Después, el último auto fue algo digno. Una rural Fiat 1500, que originalmente fue verde agua, pero después -no sé porque la manía de cambiarles de color- terminó siendo azul noche, un color que traía el Torino, auto que amaba y nunca pude tener uno. No es la de la foto, pero era casi idéntica sin la parrilla sobre el techo. X 052 141


Pero como si las complicaciones de la vida no le alcanzaran -capaz que lo que no le alcanzaba era la plata- tenía en sociedad otro camión con 'el tío Juan', que no era tío, sino su socio. Un Bedfor modelo 61, mas o menos, que compró en la Ticar Motor. Ese si hacía viajes largos, aunque había que llevar un lápiz para dibujarse de nuevo el traste. La velocidad crucero era 50/60 y sabía humear de lo lindo cuando le cargaban 22 toneladas de maíz que iban al puerto de Buenos Aires. Arena de Paso del Durazno, afrechillo para San Juan, maíz para Buenos Aires... La ruta 7 tiene piedra molida que le aportó el coloradito, traida de las sierras de Córdoba.


Un descanso del viejo con El Tío Juan mientras cargaban la piedra

Hay cosas que saltan una generación. A mi viejo le gustaba laburar, inventar cosas, desarmar, arreglar, renegar, en definitiva. A mi me pasaron de largo, creo...

Tenía algunos dichos famosos, como: "porqué se lo van a llevar, si no es de ellos", cuando mi vieja le reclamaba que no dejara las herramientas en la calle. Y un día, los que no conocían sus dichos, le llevaron una caja completa que jamás pudo recuperar. Pero no perdió la confianza en la gente. "¡Pájarito! dijo Giustosi", decía cuando se admiraba por algo, remedando a su amigo Giustosi, que decía ¡Pájarito! cuando se sorprendía. Nunca lo conocía Giustosi para oirle decir ¡Pájarito!...

Pero no le gustaba tener casa propia. Era una decisión y la refrendaba con su firma. Y nos daba clases de porqué no era conveniente. A pesar de que nunca nos fuimos de la casa donde nací, vivíamos siempre con la sozobra de los cambios permanentes en las leyes de alquiler. Finalmente, unos pocos años antes de su muerte, el ingreso de unos pesos extra y la decisión soberana de familia, permitió que por fin la casa propia fuese una realidad que todavía hoy mi madre, mercidamente, disfruta, apenas a la vuelta de la de la calle España. Y yo, por el contrario, acaparé la manía del ladrillo...


¡Tan iguales por los parecidos como por los opuestos!




Nos siguió hasta donde fuimos y se murió en un lugar que no era el suyo. Veinte años después, con mi hermana, lo volvimos a su terruño y de tanto en tanto, le doy una vuelta en el lugar en el que descansa para siempre y me acuerdo de sus cosas, que también son las mías, allá lejos y hace tiempo.

24 de agosto de 2012



domingo, 5 de agosto de 2012

Es domingo y almuerzo "Los Restos del Naufragio"

Pico fino la cebolla, también la cebolla de verdeo. En la sartén se calienta un poco de aceite de oliva. Calamaro canta 'Te extraño' y en Buenos Aires una mujer importante en mi vida cumple años, no sé cuántos, creo que nunca lo sabré.

Tiro las cebollas al aceite hirviendo, mientras de Córdoba parte hacia Austria la única por la que hubiese abandonado todo, la que vi hace una semana y me dí cuenta de que todo estaba intacto.

Corto la zanahoria en finas julianas y también van a parar al caldero. En el face aparece la "campeona en tirar indirectas" de las últimas olimpíadas, como se autodefine. Yo, como si nada, continúo en la tarea de adelgazar en finas tiras los ingredientes: le llegó el turno al zapallito coreano y al flaco Spinetta con su Durazno Sangrante.


Busco dos copas: soda en una, Santa Florentina tinto en la otra. Me la bebo de un solo trago. Es domingo, con todo lo que eso significa.

Lavo las chauchas redondas, les saco las puntas, las particiono y también van a la olla. Cuando estén algo tiernas el zapallito se sumará... "El durazno partido ya sembrado está bajo el agua...", dice el flaco y termina.

Agrego agua a la cocción, vino a mi sangre, nubes a mi mente y zapallito a la comida.

Encuentro un resto de Salsa de Hongos Alicante y se me ocurre que sabrá bien y lo agrego. "Yo te amo", dice Vicentico, cantando aquella 'bonita pieza' de Sandro, "tal vez sea mejor, me marche yo de aquí, para no vernos más...". Yo te amo. Me siento desangrar... tratando de decir... no vernos más... total que más me da...

Busco más "Restos del Naufragio" y encuentro un sobre antidiluviano de Sopa de Queso Knorr y lo sumo. Me agrego más Santa Florentina y un sorbo de soda. En México, en un rato, la mujer responsable de mi rasuración, la de los Rituales del Duelo, comenzará también a cocinar, creo... Y aquí, en mi soledad, la olla bulle y desprende olores mágicos.

El avión debe estar partiendo a Austria llevándose a Fermina Daza. Y yo sigo acá, tan Florentino Ariza como siempre.


En algún lugar, a 400 km de aquí, una de las Desbocadas también prepara -seguro- la tarea del domingo y sé que nunca abandonará el pequeño mundo que construyó sin mí. Ella creyó en el que se fue a Inglaterra y la dejó mirando al cielo, siguiendo el vuelo de esos aviones que se llevan los amores para siempre, hasta nunca... "Sobre alguna autopista que tenga infinitos carteles que no digan nada..." canta Serú. "O me mates este mediodía, nena...".

Ahí también van a la olla las sobras picosas de berenjena en escabeche, abundantes de ajo y ají puta parió. La pócima va tomando aroma y color. Agrego un poco de sal y descongelo pan, lo unto en el aceite del escabeche mientras "la ciudad se nos mea de risa, nena...". Pica el esófago con el pan untado en ese aceite espeso, entre colorado y verdoso y lo acompaño con un trago de vino. Parabarara bara bara bará... Coloco la tapa, cuidando que las berenjenas ya cocidas queden arriba, así no se desarman.

"Acabo de verte y ya se qué nací para casarme contigo", le dice Antoine a la peluquera. Abrazame fuerte, que no pueda respirar... "Tengo miedo de que un día no quieras bailar conmigo", le dice Mathilde antes de tirarse en el río. Mucho más inteligente que yo. "Lo que fue tan hermoso, mejor que no caiga al olvido", dice mientras los vapores salen de la olla y ella se hunde en aguas turbulentas.


"En la mesa dos copas de vino y a la noche se le fue la mano..." canta Rodrígo en una de las más bonitas versiones de Derroche. Hoy comeré sin platos. "Para entrar en el cielo no es preciso morir", sigue. Sirvo vino nuevamente, "derrochamos, no importaba nada, la reserva de los manantiales. Parecíamos dos irracionales que se iban a morir mañana...".

Pruebo mi platillo: me quemo la lengua y el paladar, lo alivio con un trago de Santa Florentina, después soda. "Que derroche de amor, cuanta locura...". Del fuego a la mesa, la sartén sirve de improvisado plato, como me gusta a mí. El menjunje sabe a cielo y acá, en este rincón de las sierras de Puntania, levanto la copa, compartiendo "Los restos del naufragio" con todas aquellas que me acompañan en mi soledad, aunque hoy sean solamente recuerdo.




5 de agosto de 2012