martes, 31 de enero de 2012

Mudo los archivos ¿también me estaré archivando? ¿o será solo una mudanza?

Malena, mi hija, me pide que desocupe un armario donde guardo parte de mi historia periodística en formato analógico. También las pruebas irrefutables para que el FBI me condene con la ley SOPA: 300 cassettes piratas grabados cuando tenía acceso, por canje con la radio, a las disquerías.

Son seis cajones en total. Parte en VHS, parte en Super VHS, parte en cintas de audio. Están también allí algunas reliquias: los primeros grabadores que me acompañaron en la tarea de registrar cosas que me acuerdo en parte, que alguna vez fueron importanes y otras que por más que intente no recuerdo.


Ahí están; miro una carátula del cassete: "Los unos y los otros", Radio Nacional. De esa etapa me acuerdo tres cosas, pero seguro no están allí. La pelea con el entonces ministro de Hacienda, Claudio Poggi, hoy gobernador. Hablábamos sobre una obra, le decíamos que mentía y él que no y que no. Y teníamos razón. Solo hizo falta tiempo, como dice Concha Buika.

Me viene a la memoria -no sé si en ese entonces, si antes, si después- el día que se partieron dos casas de mi barrio y los vecinos lo invitamos "amablemente" que se quedara al hoy gobernador, diciéndole que de ahí no se iba hasta que le solucinaran el problema a la familia damnificada. "Vos de acá no te vas" le dijo alguien, que según sea el interlocutor que se acuerde del episodio, se adjudicará el valeroso acto. Pero creo que fui yo, aunque siempre habrá un vecino dispuesto a contradecirme la versión, pero no el hecho. Se pasó 12 horas departiendo "amablemente" con los vecinos -hasta la mañana siguiente- cuando apareció la solución. No entiendo cómo no terminamos todos presos; fue lisa y llanamente privación ilegítima de la libertad. ¿Valdra esto como confesión? ¿Habra prescripto la condena?

Vuelvo mentalmente a la radio, en un segundo acto. "Y cuando digo que son unos hijos de puta, no estoy usando metafóricamente la palabra, sino literlmente; son unos reverendos hijos de puta", dije, enojado con unos sinvergüenzas que por entonces tenían chapa de vivos y estafaban a la gente de mi pueblo, Juana Koslay. Eran los administradores de San Luis Agua, los privatizadores del agua que después huyeron como ratas.

Y era lógico, al acólito de "la familia", ocasional conductor (por ser el más antiguo) cuando la radio se quedaba sin director, le di la excusa perfecta para darnos un boleo en el orto y "a jugar con tierra". Eso creyó él.


Con no más dinero que el necesario para poder comprar dos o tres pizas con agua de la canilla(en una estadía que sabíamos cuendo empezaba, pero no cuando y como terminaba), pasajes garreados como era costumbre, nos fuimos a Buenos Aires con Daniel Accinelli.

Hablamos con montones de gente, golpeamos una inmensidad de puertas. Caminamos como unos verdaderos hijos de puta. Pero lo conseguimos y volvimos no solo con el respaldo de la presidenta de la Comisión de Derechos Humanos de Diputados y la titular de la de Libertad de Expresión, sino que vinieron ellas con nosotros a bancarnos la pelea contra el representante del feudo. Y aquí, en Puntania Land estuvieron, como dos mujeres hechas y derechas, con todo lo que hay que tener, Lucrecia Monteagudo y Patricia Walsh. Pero, como si eso fuera poco, también desembarcó el viejo maestro: Alfredo Bravo en persona vino a darnos el espaldarazo final. No éramos más que el duo Pardepe, pero hicimos tanto quilombo que parecía que habían levantado el programa más importante de la historia. A Nacional Buenos Aires llovieron adhesiones de las más inusitadas, la CTA, la Fatpren, el PC, el Partido Intransigente, el Barba Gutierrez, alguna fracción del PJ, no el puntano por supuesto...

Y, finalmente, en un hecho inedito hasta el momento, Los Unos y los Otros volvió al aire después de un mes de silencio.

Pero encontraron la manera: nos ahogaron económicamente, hasta que pedimos por favor que nos liberaran de la obligación de cubrir el espacio a nuestra costa. Además de trabajar, pagábamos. Siempre se encuentran formas de evitar lo desagradable. Y nosotros lo éramos.

Miro otros cassettes que tenían el mismo membrete. No los escucho. No tengo tiempo, ganas o qué se yo.

Y me acuerdo el tercer episodio. El dia que mientras hacía una entrevista me tildé y no supe, por algunos segundos (creo que fueron varios) ni siquiera con quién estaba hablando. Después me dijeron que esas eran "ausencias". Una vez más se repitió la situación, aunque de manera menos notoria y ahí decidí que ya no podría hacer mas radio. Y así fue, después de casi 20 años, que comenzaron en aquel lejano '83 en que hacíamos "Supervivencia" en las siestas del domingo cordobés, también por otra Radio Nacional.

Y ahí están como testigos esos kilómetros de cinta encarretada. Ellos saben que algún día fui, no sé si de los unos o de los otros, pero que fui.


Y aparece otro que dice "Siestas para contar y cantar". Tampoco lo escucho, pero se qué tiene. Hay una versión bastante rara de la zamba de Juan Panadero, en la que el Cuchi Leguizamón al piano cuenta: "Es cierto eso que dice la zamba... Un día al barbudo lo habían echado del trabajo y no quería que se enteraran en su casa y pasó por lo de don Riera..." cuenta y cuento yo de memoria. Y atrás suena el piano con la zambita juguetona. Eran las siestas de Universidad, más atrás o más acá en el tiempo, según se lo mire. Debe haber sido 95/96.

Un buen día, casualidad o no, después de hacer referencia a la participación de la Iglesia en la dictadura y particularmente la del obispo de San Luis de ese entonces, Juan Rodolfo Laise, me dijeron que necesitaban el espacio para hacer un programa en vivo que jamás salió. En su lugar pasaban música tecno. Y allí quedaron mis dos oyentes con las siestas que no dormían y las cosas que quedaron sin poder contar y cantar. Sin la buena música que pasaba. Porque el programa capaz que era malandra, pero la música, como siempre, de primera.

Una vez Marita Londra, una histórica de la radio, que hacía (y hace) El Escuchado, entró, escuchó la cortina y sentenció: "Este programa debe ser bueno, muy bueno si tiene la música del Cuchi como cortina". No sé si lo escuchó alguna vez o se quedó con esa buena impresión que además tuvo la fuerza de ser la primera.

Pero otros no pensaron lo mismo o no escucharon que tenía a la Zamba de Juan Panadero como cortina.


Me voy archivando con mi archivo, me parece. ¿Fue bueno todo lo que hoy, a la distancia, me parece que fue bueno?

De una cosa estoy seguro: el mejor programa de radio que hice, fue en la Libre, en mi Libre. Hija secuestrada, malograda, prostituida. Y no fue informativo, periodístico o serio de manera alguna. La Mosca Blanca, un cabaret radial. Fue un mes, un mes y medio o a lo mejor dos, pero todavía hay memoriosos que se acuerdan cuando ya han pasado más de vente años. "Un programa para noctámbulos o no tan boludos". Jamás hacer radio me resultó tan divertido. Con el Negro Parisí, hoy Doctor, titular de la cátedra de Psicología Política, conferencista en Europa y América Latina y otros etc., con una depresión que nos llevaba puta, dos latas de durazno para simular los exteriores, con público en el estudio, donde supuestamente había mujeres que bailaban, hicimos el programa más desopilante que recuerde la historia de San Luis en esos años. Una hoy funcionaria de Cristina (la he visto de casualidad en la tele) formaba nuestro imginario cuerpo de baile.

Después hubo otros zafados en el aire de Puntania, capaz mejores. Pero ese marcó una época. Y fue, lejos, mi mejor programa.

Pero no encuentro esos cinco o diez minutos que tenía archivados. Éramos tan pobres que no podíamos comprar cassettes y entonces vivíamos regrabando. De casualidad se salvó un fragmento que no encuentro. Pero no busco demasiado. Sé que está, pero no se si podría reconocerme en aquellas ocurrencias cuando tenía treinta años.

Hay, según veo mientras guardo, reliquias musicales que hace siglos que no escucho. Unas 300 horas de música grabada de los intérpretes más variados. Todos buenos, exquisitos. Al menos para mí.

Desde Path Metheny hasta la Mona Jiménez, para no olvidar mi profunda raíz cordobesa. Dejaba mi vida y lo que no tenía para comprar cassettes de cromo para que quedaran indelebles mis infracciones a la ley 11.723 local y a la futura ley SOPA.

¿Estoy archivando mis cosas o me estoy archivando? me pregunto. Hay que hacer de comer. Iremos al cine esta noche con mis hijos.

En el interin, mientras guardaba cosas en el armario que me regaló Nora hace algunos días, Male quizo hacerle chocolatada a su novio. Le di cacao que guardaba hace por lo menos una década.

Le aseguré que yo hace poco tomé tomé una taza y no me dio siquiera diarrea. Capaz que fue cierto. Tomar tomé, pero la segunda parte de la historia no se si es muy verificable, porque recuerdo habér tenido hace poco, un día plagado de retorcijones y largas sesiones de inodoro.

Es el precio que tendrá que pagar por el amor, si es que la quiere como dice. No tengo escopeta, pero guardo celosamente el tarro de Nesquik de fines de los noventa. Siempre habra una víctima propiciatoria. En definitiva, así son las cosas del amor.

No por casualidad, cuando una gitana te maldice, lo hace diciendo: "Ojalá te enamores" y en voz baja, cuando se va (cosa que muchos no escuchan) susurra "y que te quedes solo".

Ahora, ya lunes, después del acomodo del domingo, del regreso de mi hijo a Córdoba, de la partida de mi hija a casa de su madre, casi a medianoche, mientras escribo esto, se acerca el Pipi, mi perro con nombre de pájaro y me reclama comida. Le doy el balanceado que él detesta. Lo come a regañadientes. Mientras tanto busco en la heladera y no hay nada. Tomo el último trozo de pan que me queda, curioseo en un armario. De casualidad hay latas de picadillo y de paté. Abro una, la compartimos con el Pipi y me quedo pensando qué hubiera pasado si no tuviese el oido tan fino y no hubiese escuchado lo segundo que dijo la gitana.

Pero ya es tarde y las cosas nunca vuelven hacia atrás. El Pipi y yo lo sabemos bien.