miércoles, 26 de septiembre de 2012

El Río del Eterno retorno

Mi amigo Frank me contó que el río al que íbamos tiene un secreto. Allí debimos haber estado hoy con mis hijos, en los sueños de mi siesta. Uno, de a poquito, sin darse cuenta, se va rejuveneciendo con esa agüita marroncita.

Estaba Malena subida a un botecito, mientras Emiliano jubaba en mis hombros y yo, arrodillado en el agua, vigilaba sus risas. Y de repente, el globo que inflaba mi chiquita, explotó y ella cayó al agua del susto... Y mientras caminaba hacia mí, se iba haciendo más y más chiquita.

En el cielo rojizo se desplomaba la tarde y tras la sierra, apresurada, aparecía la luna. Dice Frank que hay que ser cauteloso, porque a más de un abusivo lo pescó la noche y se perdió en un orgasmo. ¡Tampoco es cuestión de andar desnaciendo a cada rato! me advirtió.


*Sueño siestero de esta primavera recién nacida.
*Es una recreación en el sueño de aquella idea de Quino, titulada "La vida debería ser al revés" donde uno primero muere y se va haciendo más y más jóven, disfrutando. Luego se va de la vida en un orgasmo (el de sus padres, naciéndolo)...
*Frank Joe Salamone es mi único amigo yankee, que hace años (unos treinta) que no veo. Debe andar cumpliendo con su Dios e incumpliéndo con él. Dónde estés,un abrazo.
*Gracias Corel Photopaint porque me permitís poner las cosas y las personas donde quiero, como en esta oportunidad. Ni mis hijos estaban en el´río, ni las fotos son contemporáneas.


lunes, 10 de septiembre de 2012

Polenta

A veces, cuando me gana la desesperanza, cuando no tengo ganas de nada o se me ocurre que hay pocas cosas que tienen sentido, pienso en mi vieja.


Hacía como cinco años que no podía caminar: las rodillas vencidas, los tobillos a la miseria, los brazos sin fuerza, los músculos atrofiados por una puta enfermedad que le arruinó el cuerpo...

Nunca se quedó quieta con su silla de ruedas. Prendió la cocina, lavó los platos, cocinó, cebó mate. Siempre se las arregló como pudo, con un palito, empujándose con un pie, con lo que fuera o como fuera.

Nos hace enojar porque nunca pide que le alcancen nada y si uno pregunta por algo, inmediatamente, sale ella a buscarlo.

Y desde hace unos meses, que encontró a alguien que le hace unos masajes revitalizadores, se puso las pilas para volver a caminar. Tiene 85 y no se rinde. No sé de dónde saca tanta "polenta".

Se enoja, porque no puede -como quisiera- hacerlo sin el andador para salir a hacer las compras sin pedir ayuda.

A veces, muchas, la envidio y la admiro por tanta fuerza.

viernes, 24 de agosto de 2012

Esa extraña costumbre de comprar cosas raras y viejas

Mi viejo tenía esas cosas... No era demasiado hábil para los negocios. Tenía sí, una particular manera de darse maña para todo y arreglaba/inventaba/componía la mayoría de las cosas con las que la vida lo enfrentaba. Habilidad manual, que le dicen. Habilidad que, como el color de los ojos, se saltea una generación y fue a dar en mi hijo, aunque no el celeste profundo de su mirada, que se lo quedó Marta, mi hermana mayor, desafiando las leyes de la genética.

Entre esas tantas cosas que tenía, había una muy particular -no sé si él lo sabía o pudo darse cuenta-: Comprador de cachivaches, lo que fuera. Le fascinaba ir a los remates. De allí podía venir con cualquier cosa. A esa manía la heredó Gabriel, mi sobrino, que no en vano lleva Eduardo como su segundo nombre.

No sé porqué, pero anoche tuve un asalto de nostalgia y me puse a recordar los autos y camiones que hubieron en casa. La verdad, a algunos me costó una enormidad encontrarlos en la web. Hay dos que dudo en si son o no los mismos. En Internet hay miles de millones de imágenes de autos, pero uno en particular, mi primer auto, no logro dar con él. Sí con uno que es muy parecido, pero si la memoria larga no me falla, no se trata de mi pequeño biplaza, que yo creía era un De Carlo, pero don De Carlo no tiene ningún modelo que se le parezca.


Acá está el que se le parece, este es un Dinarg, construído en Córdoba, un modelo totalmente argentino. Yo tenía 11 años... A los 8 ya había comenzado a subirme a los camiones y a manejar de costeleta (tomando solo el volante). La verdad es que aunque parecido, no era igual. En principio, el mío, no tenía capota ni puertas. Era un Cabrio! Pero capaz se la habían cortado. El interior es idéntico a uno de los que todavía se conservan.



No entendimos el mensaje de mi viejo: Hay un ¿¿como nombrarlo?? que pide más de cien lucas por una carcacha de esas que se ve como recién salida de fábrica. Pero no deja de ser una carcacha. Sucede que solo se fabricaron 135 autos de ese tipo y pasó a ser de colección. Tenía motor de moto, de 200 cc y cuando calentaba comenzaba a hacer autoignición; traducido, por más que uno le cortara la corriente, seguía andando igual. Lo único que sofocaba su deseo de marchar era la llave de la nafta. No había otro modo. Motor trasero, enfriado a aire, que se encaprichara y no se detuviera, era normal. Colorado. Se fue en parte de pago de mi segundo auto.


"La Intitec", como le decía mi viejo casi en tono de broma, se llamaba en realidad Institec o Justicialista. También salieron de una fábrica de Córdoba: El Insituto Tecnológico Industrial. Con un poderoso motor de dos cilindros, dentro de un capot como el de una nave espacial, arribaba a duras penas a los 40 o 50 km por hora y funcionaba a mezcla, como las motos de dos tiempos. En ese vano entraba perfectamente un V8 y allí, perdidito, estaba ese motorcito pedorro.


Miren la foto y verán que no exagero. Como venía medio medio de pintura, con una pistola de pintar comprada ad hoc, le dimos una mano de verde inglés a la carrocería y marrón dulce de leche a la caja de madera. Cambios al volante, tercera... Y un andar pedorro inolvidable.


En el patio, mientras tanto, descansaban de hacía tiempo, en larga hilera de cacharros que encabezaba una máquina esquiladora de ocho brazos -que también diseñó mi padre y armaron en un taller que estaba al sur del pueblo- que funcionaba a algo así como glicol (a ese combustible, seguro no lo tenían y yo dudo, después de leer sus propiedades, pero me acuerdo siempre que lo nombraba) y estaba refrigerado por un depósito de agua sobre el mismo motor. Poleas y volantes daban vida a las tijeras de esquilar ovejas. La veo, si alguien me ayudase, podría repetir la figura, porque no hay registro de tamaña máquina que circulaba como una especie de acoplado de cuatro ruedas y apariencia extraña.


Más atrás, estaba el Mánchester, color verde con un chasis de madera bastante maltrecho. Era modelo 1927. Casi igual que el de la foto, pero en lugar de ser de madera la cabina, era de chapa. No tenía bocina, así que en las esquinas, había que golpear las puertas para avisar que allí venía.


Tampoco tenía arranque y solo respondía a la vuelta de manija. El Mánchester tenía, para mí, varias anécdotas. Y es probable que se hubiese parecido -un poco menos destartalado- al de la foto de abajo.


Creo que convivieron poco tiempo con el Reo, un camión de apariencia militar, pienso que de la Segunda Guerra, según los datos que junté. Los que encontré son de tres ejes, pero si la memoria no me falla, el nuestro tenía solo dos. La cosa es que una vez compraron -junto a mis tíos- un Ford 7000 para llevar colchones y como este tenía un volcador, fue a dar encima del viejo Reo, que no recuerdo nunca haberlo visto marchar.


El volcador, hechos los arreglos del caso, terminó siendo una pileta en que la nos bañábamos los veranos. No debieron haber sido muchos ni los veranos ni los baños. Allí, con una vecinita, me parece haber jugado alguna vez al doctor o algo así. Tengo un lejano recuerdo en la punta de mis dedos. ¿Diez, once, doce años?


El terreno de la casa de la calle España tenía 15 metros de frente por 25 de profundidad. Y en ese cuarto de cuadra se iban alineando las poderosas máquinas.

Recuerdo, cerrando la fila, a la Justicialista.


Después o simultáneamente, no recuerdo, pero me inclino más por lo último, hubo en casa el que fue la camioneta "oficial". Una Siam Argenta modelo 1961, que vino con algún color que ya no recuerdo, pero después de enchastrarla con masilla, convertimos en una fulgurante chatita blanca. X 253 446


Tendría 12 ó 13, más o menos. En ella fuimos por primera vez de vacaciones. El destino: Alpa Corral.


El de pelo largo y malla a cuadros era yo. A los 13, más alto que mi viejo, que luce su infaltable camiseta... Al lado, Clyde, la menor de mis hermanas. Era bonita la mocosa, pero bue... los chicos crecen.


Después también hubo otros viajes. Cuando se casó mi hermana Cristina, en Buenos Aires, casi nos matamos en la ruta 8, cerca de Todd (el pueblo casi no existe, pero el cagazo fue tan grande que no lo olvido más). Un F100 nos pasó a mucha velocidad, llovía y mordió la banquina izquierda. Nos cubrió de barro y se cruzó enfrente. Quedamos a ciegas y por suerte nadie venía por la mano contraria. La Ford terminó haciendo trompos en la banquina derecha y fue a dar contra el alambrado.

Nadie se hizo nada. Solo un susto, pero de los grandes. Esa fue la camioneta oficial por algún tiempo.


Después seguí avanzando con mis móviles. Todavía no sé porque mi viejo me cambiaba los autitos que tenía. Debía ser porque ninguno servía para mucho. Pero no recuerdo haberle pedido jamás que los comprara. El siguiente fue un Renault Dauphine preparado para correr, que se lo vendieron unos mecánicos que vivían a la vuelta de mi casa. Un perno. Tenía el motor fundido y a duras penas levantaba 60 kilómetros por hora. Levantaba más temperatura que velocidad.


Pero había que verlo, porque tenía todo de primera. Le habían sacado el tablero completo y en su lugar había velocímetro, cuentavueltas, vacuómetro, amperímetro y otros relojes que ni recuerdo para que eran. Tenía una jaula antivuelco y el detalle preciado lo daba la palanca de los cambios que tenía una agarradera que se adaptaba a la mano. Como cuando uno aprieta un bollo de masilla o plastilina y quedan las marcas de los dedos registradas. Una masa el celeste intenso.


No sé cuando duró, pero no fue demasiado. Después, el último auto fue algo digno. Una rural Fiat 1500, que originalmente fue verde agua, pero después -no sé porque la manía de cambiarles de color- terminó siendo azul noche, un color que traía el Torino, auto que amaba y nunca pude tener uno. No es la de la foto, pero era casi idéntica sin la parrilla sobre el techo. X 052 141


Pero como si las complicaciones de la vida no le alcanzaran -capaz que lo que no le alcanzaba era la plata- tenía en sociedad otro camión con 'el tío Juan', que no era tío, sino su socio. Un Bedfor modelo 61, mas o menos, que compró en la Ticar Motor. Ese si hacía viajes largos, aunque había que llevar un lápiz para dibujarse de nuevo el traste. La velocidad crucero era 50/60 y sabía humear de lo lindo cuando le cargaban 22 toneladas de maíz que iban al puerto de Buenos Aires. Arena de Paso del Durazno, afrechillo para San Juan, maíz para Buenos Aires... La ruta 7 tiene piedra molida que le aportó el coloradito, traida de las sierras de Córdoba.


Un descanso del viejo con El Tío Juan mientras cargaban la piedra

Hay cosas que saltan una generación. A mi viejo le gustaba laburar, inventar cosas, desarmar, arreglar, renegar, en definitiva. A mi me pasaron de largo, creo...

Tenía algunos dichos famosos, como: "porqué se lo van a llevar, si no es de ellos", cuando mi vieja le reclamaba que no dejara las herramientas en la calle. Y un día, los que no conocían sus dichos, le llevaron una caja completa que jamás pudo recuperar. Pero no perdió la confianza en la gente. "¡Pájarito! dijo Giustosi", decía cuando se admiraba por algo, remedando a su amigo Giustosi, que decía ¡Pájarito! cuando se sorprendía. Nunca lo conocía Giustosi para oirle decir ¡Pájarito!...

Pero no le gustaba tener casa propia. Era una decisión y la refrendaba con su firma. Y nos daba clases de porqué no era conveniente. A pesar de que nunca nos fuimos de la casa donde nací, vivíamos siempre con la sozobra de los cambios permanentes en las leyes de alquiler. Finalmente, unos pocos años antes de su muerte, el ingreso de unos pesos extra y la decisión soberana de familia, permitió que por fin la casa propia fuese una realidad que todavía hoy mi madre, mercidamente, disfruta, apenas a la vuelta de la de la calle España. Y yo, por el contrario, acaparé la manía del ladrillo...


¡Tan iguales por los parecidos como por los opuestos!




Nos siguió hasta donde fuimos y se murió en un lugar que no era el suyo. Veinte años después, con mi hermana, lo volvimos a su terruño y de tanto en tanto, le doy una vuelta en el lugar en el que descansa para siempre y me acuerdo de sus cosas, que también son las mías, allá lejos y hace tiempo.

24 de agosto de 2012



domingo, 5 de agosto de 2012

Es domingo y almuerzo "Los Restos del Naufragio"

Pico fino la cebolla, también la cebolla de verdeo. En la sartén se calienta un poco de aceite de oliva. Calamaro canta 'Te extraño' y en Buenos Aires una mujer importante en mi vida cumple años, no sé cuántos, creo que nunca lo sabré.

Tiro las cebollas al aceite hirviendo, mientras de Córdoba parte hacia Austria la única por la que hubiese abandonado todo, la que vi hace una semana y me dí cuenta de que todo estaba intacto.

Corto la zanahoria en finas julianas y también van a parar al caldero. En el face aparece la "campeona en tirar indirectas" de las últimas olimpíadas, como se autodefine. Yo, como si nada, continúo en la tarea de adelgazar en finas tiras los ingredientes: le llegó el turno al zapallito coreano y al flaco Spinetta con su Durazno Sangrante.


Busco dos copas: soda en una, Santa Florentina tinto en la otra. Me la bebo de un solo trago. Es domingo, con todo lo que eso significa.

Lavo las chauchas redondas, les saco las puntas, las particiono y también van a la olla. Cuando estén algo tiernas el zapallito se sumará... "El durazno partido ya sembrado está bajo el agua...", dice el flaco y termina.

Agrego agua a la cocción, vino a mi sangre, nubes a mi mente y zapallito a la comida.

Encuentro un resto de Salsa de Hongos Alicante y se me ocurre que sabrá bien y lo agrego. "Yo te amo", dice Vicentico, cantando aquella 'bonita pieza' de Sandro, "tal vez sea mejor, me marche yo de aquí, para no vernos más...". Yo te amo. Me siento desangrar... tratando de decir... no vernos más... total que más me da...

Busco más "Restos del Naufragio" y encuentro un sobre antidiluviano de Sopa de Queso Knorr y lo sumo. Me agrego más Santa Florentina y un sorbo de soda. En México, en un rato, la mujer responsable de mi rasuración, la de los Rituales del Duelo, comenzará también a cocinar, creo... Y aquí, en mi soledad, la olla bulle y desprende olores mágicos.

El avión debe estar partiendo a Austria llevándose a Fermina Daza. Y yo sigo acá, tan Florentino Ariza como siempre.


En algún lugar, a 400 km de aquí, una de las Desbocadas también prepara -seguro- la tarea del domingo y sé que nunca abandonará el pequeño mundo que construyó sin mí. Ella creyó en el que se fue a Inglaterra y la dejó mirando al cielo, siguiendo el vuelo de esos aviones que se llevan los amores para siempre, hasta nunca... "Sobre alguna autopista que tenga infinitos carteles que no digan nada..." canta Serú. "O me mates este mediodía, nena...".

Ahí también van a la olla las sobras picosas de berenjena en escabeche, abundantes de ajo y ají puta parió. La pócima va tomando aroma y color. Agrego un poco de sal y descongelo pan, lo unto en el aceite del escabeche mientras "la ciudad se nos mea de risa, nena...". Pica el esófago con el pan untado en ese aceite espeso, entre colorado y verdoso y lo acompaño con un trago de vino. Parabarara bara bara bará... Coloco la tapa, cuidando que las berenjenas ya cocidas queden arriba, así no se desarman.

"Acabo de verte y ya se qué nací para casarme contigo", le dice Antoine a la peluquera. Abrazame fuerte, que no pueda respirar... "Tengo miedo de que un día no quieras bailar conmigo", le dice Mathilde antes de tirarse en el río. Mucho más inteligente que yo. "Lo que fue tan hermoso, mejor que no caiga al olvido", dice mientras los vapores salen de la olla y ella se hunde en aguas turbulentas.


"En la mesa dos copas de vino y a la noche se le fue la mano..." canta Rodrígo en una de las más bonitas versiones de Derroche. Hoy comeré sin platos. "Para entrar en el cielo no es preciso morir", sigue. Sirvo vino nuevamente, "derrochamos, no importaba nada, la reserva de los manantiales. Parecíamos dos irracionales que se iban a morir mañana...".

Pruebo mi platillo: me quemo la lengua y el paladar, lo alivio con un trago de Santa Florentina, después soda. "Que derroche de amor, cuanta locura...". Del fuego a la mesa, la sartén sirve de improvisado plato, como me gusta a mí. El menjunje sabe a cielo y acá, en este rincón de las sierras de Puntania, levanto la copa, compartiendo "Los restos del naufragio" con todas aquellas que me acompañan en mi soledad, aunque hoy sean solamente recuerdo.




5 de agosto de 2012

miércoles, 23 de mayo de 2012

Rituales del duelo

Lo había hecho muchas veces antes de aprender su significado. No menos de cinco. Fue en El último de la tribu donde supo que esa era una forma ancestral de comenzar el duelo. La última vez que se vieron, incluso antes de encontrarse, él ya sabía que al regresar volvería a hacerlo. Probablemente ambos lo sabían.

Pero no fue como en las oportunidades anteriores. Esta vez había una necesidad más profunda, como si necesitase sacarse todo, extirparse el corazón. Para que no volviera a doler, para que nadie pudiera entrar jamás. Se dio la orden: "bajo siete llaves" y se prometió cumplirla y tiró cada una de las llaves en lugares diferentes. Una en el rincón de los recuerdos, otra en la caja de los m a l o s r a t o s s i n r e m e d i o, otra en el frasco de las desilusiones, otra en la de los parches para la vida, y así, una por una... hasta que junto cada uno de los recipientes y los enterró en el cementerio del olvido. Ya no habría cantos de sirenas que lo conmovieran, ni excusas para reabrirlo.


 
Se paró frente al espejo, como tantas veces lo había hecho frente a la tumba de su padre. Intentó, como otras veces, saber que deparaba el futuro. Pero en el espejo estaba él y su decisión, nadie más. Encendió la máquina y comenzó por sexta vez con el ritual. La operación duró más de una hora, fue despaciosa, conciente.

Se acordó del rojo, ese color que a ella le abrió una brecha: súbitamente y sin esperar nada, aparecieron señales, mensajes, palabras o colores (un color rojo, por ejemplo) que inmediatamente le cambiaron el curso a las emociones.

Recordó la última cena, ambos tan distantes, tan distintos de lo que aparecían en sus escritos, porque la escritura alivia, pero también miente. Ella y él, como en un presagio. Mira la foto de ese día: coincidieron en el negro. Negro de luto. Y se dio cuenta que debía mantener el equilibrio, porque nadie, nadie, en ningún lugar, lo salvaría...

Eran de mundos diferentes, lo terminó de palpar en esa última cena que tuvieron junto a sus amigos. Ella, en todo caso, salvaba a otro, al estilo Juarroz. Y él ahí, ya también era distinto. Sin preanunciarlo, en esa paradójica Última Cena, también comenzó el duelo.

Y volvió a su casa, como ya lo había hecho en algúna otra oportunidad y por causas diferentes (o no tanto, todas habían sido pérdidas) pacientemente fue dejando su cuerpo sin un pelo.

Al contrario que otras veces, en esta no se rasuró el bigote, que jamás había usado sin su barba. Y se afeitó una y otra vez, por largos días, por varios meses. Hasta que el dolor fue desapareciendo y su corazón no estaba más.

Ya no hay más escritura que lo alivie ni tampoco anda buscando la luz. Nada de eso existe. Ahora son días que pasan, uno tras otro, esperando el último, aunque sin buscarlo.

Archivó sus cosas y a sabiéndas, también archivó lo que quedaba de él.

Ella sacó su amor del stand by en un aeropuerto.

Él ya no siente. O más bien siente que se ha muerto.

domingo, 25 de marzo de 2012

24 de marzo con La Negra Redona

"¿Porqué tenés esa cara de culo?", dice la Negra que me preguntó el día en que establece ella que nos conocimos y que yo le respondí "Y a vos qué mierda te importa". No doy fe que haya sucedido, pero conociéndonos, es probable que haya sido así aunque yo sé que nos teníamos vistos desde mucho antes de esa marcha.


Gritona, poguera, frontal, este 24 de marzo volvió a putear a los milicos y a pedir que no haya ninguno en carcel común: "¡No nos reconciliamos, no perdonamos! 30.000 desaparecidos ¡Presentes!!! gritó una y otra vez. Estamos frente a las fotos de los desaparecidos de nuestra provincia y se pone grave. Hace muchos años que nos conocemos y, de tanto en tanto suelta -como en una confesión- algún relato que la hace revivir aquellos momentos de dolor frente al terror de la dictadura.


Intenta asir una foto para evitar que la brisa la bambolee, no llega, la señala y me cuenta: Nuestras familias eran muy amigas y pleneaban que fuéramos novios. No lo dice, el silencio es más que elocuente y después, cuando se recupera, me larga: yo estaba re enamorada... Y el dolor se queda en su cara. No llora. La Negra nunca llora frente mío, pero veo las lágrimas que le brotan del alma. Y recorre las caras mercedinas que van cobrando vida a través de sus palabras, cada una... Amigos, amigas, gente que ya no está, que fue arrancada y le pido que me ayude a rescatarlos del retrato, que vuelvan a corporizarse y dejar de ser una foto de desaparecidos y sepamos quienes y cómo fueron. No contesta. Respeto el silencio y aguardo, porque sé que algún día, vino de por medio, contaremos sus historias.


sábado, 11 de febrero de 2012

Un pequeño paseo por Coyoacán


Diciembre 23. Invierno en Coyoacán, en el DF mexicano. Se parece más bien a una tardecita de otoño en Buenos Aires, aunque con muy pocas hojas secas en los árboles. El sol se cuela entre el follaje mientras avanzamos en el auto. Es temprano o acaso tarde, según nos lo permitan los sentidos. El cambio cultural de las comidas -a destiempo para los argentinos,-pues se come a las 3 pm- y el clima –los inviernos no son muy fríos-, lo confunden todo.


La calle ancha, la esquina azul eléctrica, los toques color ladrillo con ventanales y puertas verdes. Allí vivieron Diego y Frida. De afuera no parece tan grande, pero adentro los espacios se multiplican y la casa transporta a un mundo de discusiones artísticas y políticas que comenzaron más o menos en los '30. Es la famosa Casa Azul, (en la esquina de Londres y Allende, en pleno corazón de Coyoacán) color con que se contagiarán otros puntos de la ciudad.

"Yo soy maestra mexicana", dice mi ocasional guía en la taquilla y se enorgullece que en su país esos ámbitos estén abiertos por un costo mínimo o gratis para los docentes.


La casa perteneció a la familia Kahlo desde 1904 y en 1958 se convirtió en museo. En esta casa nació, vivió y murió Frida Kahlo. Dentro de su recámara se encuentran las cenizas de la emblemática (y bigotona) pintora.



Los espacios internos, la intimidad de las habitaciones, está vedada para las fotos cuando se recorre. La obra de Frida Kahlo permanece allí en las paredes rústicas, plasmando de tanto en tanto su sufrimiento. El corset que la acompañó desde su accidente se multiplica. Frida se repite en el interior y no será hasta llegar al patio cuando se haga presente Diego de Rivera. Y los pensamientos de ambos. En cada rincón hay retazos de la cultura de los pueblos originarios de esta parte del mundo. Jarrones, esculturas, hasta una réplica de una pirámide.


"Señora Frida Kahlo, alias la más preciosa chiquitita que es más que mi vida", dice Diego frente a un plato de abundante comida, que se exhibe en una postal de las tantas distribuidas en el frondoso jardín de plantas tropicales.


"Muchas veces me simpatizan más los carpinteros, zapateros, etc., que toda esa manada de estúpidos, dizque civilizados, habladores, llamados gente culta", dejó escrito Frida, que posa en una foto sentada frente a la barriga prominente de Diego que la mira casi con devoción y una mano en el bolsillo.

Muy cerca de la Casa Azul, casi a la vuelta (de hecho habría sido a la vuelta, cuando Coyoacán era “las afueras” del DF) está la casa-Museo León Trotsky. La casa donde vivió en su exilio en México, la casa donde lo mataron. La casa que todavía guarda sus cenizas y en la que se pueden ver sus libros, su cama, su cocina y algunas prendas que aún cuelgan del perchero en el baño.


Coyoacán, cuyo nombre deriva de los coyotes, es una de las dieciséis delegaciones del Distrito Federal, ubicada justo en su centro geográfico, en la planicie del Valle de México.

Es un barrio bohemio, pero también es un fuerte referente de la izquierda. Hoy es reducto de intelectuales pero también destino popular los fines de semana. Allí conviven las mezcalerías (ese delicioso trago oaxaqueño, el del gusano) con los restaurantes de comida uruguaya. Hay varios cafés “El Jarocho” pero también Starbucks. Hay artesanías de lo más variadas, coloridas y de diferentes regiones de México y también hay librerías con las novedades del momento.

Es una zona bohemia pero con una de las calles más caras de todo el DF: la elegante Francisco Sosa, por momentos empedrada, sobre cuya trama se ven portones enormes que cubren lo que se avizoran como mansiones.

Posee una gran infraestructura cultural y turística. Allí tienen sus sedes instituciones educativas como la Universidad Nacional Autónoma de México y la Universidad Autónoma Metropolitana. También alberga recintos tan importantes como el Museo Nacional de las Intervenciones, el Anahuacalli (o museo-estudio de Diego Rivera), el Centro Cultural Universitario y el Museo Nacional de la Acuarela.



Cae la tarde, los abundantes adornos navideños le dan un toque especial a las calles. El nacimiento de Cristo es una de las fechas a las que los mexicanos le dan singular importancia. Cierra el año de celebraciones que comienzan para la fecha de la Independencia, con el “grito”, el 15 de septiembre; prosiguen con Día de Muertos, el 2 de noviembre, y culminan con la Navidad. Piñatas de cinco puntas llenan las calles y las plazas de la ciudad, aunque deberían tener siete picos. En todo el país sucede algo similar. "Son los siete pecados capitales", me explican. Intentan dejarlos atrás con el nacimiento y para ello las llenan de dulces y las rompen el 25 de madrugada. No entiendo muy bien lo de los siete pecados y las cinco puntas de las piñatas, pero quién soy para discutir lo que apenas estoy conociendo...

También el centro histórico de Coyoacán es un barrio intelectual y bohemio de la capital mexicana, pero conjuga en cada esquina la tradición y la fe.


Frente a la plaza principal se replican los colores de la casa de Frida y Diego. Librerías, bares, restaurantes de comida típica forman alrededor de esa manzana de innumerables ligustros que asemejan a un laberinto.


Numerosos personajes públicos mexicanos y extranjeros, entre artistas, intelectuales y políticos, han tenido su residencia en Coyoacán o en sus barrios. Todo tiene un aspecto especial. Entra la noche y con ella el deseo de degustar un buen plato mexicano. Podrían ser tacos, de las tantas variedades que se ofrecen, incluso en la calle.


Una rueda de carne invita a pasar en Pepe Coyote. Es con la que se preparan los famosos “tacos al pastor”. El cocinero va sacando tiras de carne de puerco del inmenso trompo que luce en la vereda y le agrega un pedazo de ananá que se cuece arriba. Adentro, junto a música en vivo, se replican en un mural que podría haber pintado Diego Rivera, numerosos personajes que fueron vecinos ilustres del lugar.


El aroma de la masa de maíz de los tacos lo invade todo. Es especial, con insinuaciones dulces. Pido una cerveza. Me proponen una michelada (con limón y salsa Tabasco) pero no me animo. Hace apenas unos días que estoy y la salsa picosita (verde, roja, con palta, sin ella) me parece demasiado, la dejo para aderezar los tacos, con apenas un toque. Quizá mañana, quizá... Me dejo tentar por un Tanque de cerveza tirada. ¿Será mucho? me pregunto. Pero puede ser insuficiente para apagar el incendio de los chiles.


Nos dedican una canción, cantada en vivo por los mariachis que van de mesa en mesa. Pido otra cerveza y se hace la hora de la retirada. Afuera, Coyoacán sigue su ritmo y se van apagando sus voces. En la calle, el tranvía con turistas que recorre sus calles contando sus intimidades, terminó su último recorrido. Habrá que esperar hasta mañana o quizá, el próximo viaje a México, para saber un poco más.



Gustavo Senn

Michelada: La preparación es muy sencilla, basta con escarchar un vaso (poner sal en el borde), añadir jugo de limón, hielo (opcional), agregar las salsas y finalmente verter la cerveza. Salsas usadas: salsa picante, salsa inglesa, salsa tabasco, jugo sazonador, chamoy e incluso una mezcla comercial de jugo de tomate y ostión.

Comidas: El desayuno se puede prolongar hasta pasada la media mañana y contiene de todo tipo platos combinados con un café de sabor fuerte pero de color pálido. La compañía puede ser el tradicional pan tostado, jamón, queso, pasando también por platos más suculentos: desde los chilaquiles (hechos con tortilla seca, en salsa roja o verde, con pollo o huevos fritos), las enfrijoladas (tortillas bañadas en frijoles negros refritos) hasta los tacos de barbacoa ( preparados con cordero tan cocido que se deshebra). La cena es apenas caída la tarde y hay innumerables platos típicos para degustar. La mayoría condimentados fuertemente. Pero se puede comer a cualquier hora del día en puestos callejeros o pequeños lugares que brotan al costado de la calle.

Coyoacán: Al momento de la conquista, Coyoacán formaba parte de la esfera de influencia de México-Tenochtitlan, que se proveía de agua dulce en los manantiales coyoacanenses. Después de la Conquista se estableció ahí el primer ayuntamiento y sede del gobierno novohispano. Durante el siglo XIX fue escenario de numerosos enfrentamientos entre facciones mexicanas y contra los invasores extranjeros. En el Porfiriato fue adquiriendo su carácter de barrio acomodado, a costa del desplazamiento de los habitantes originarios. En él vivieron, de manera estable u ocasionalmente, además de Diego y Frida, que consiguieron asilar allí a León Trotsky; el célebre escritor Gabriel García Márquez, el muralista David Alfaro Siqueiros, el ex presidente Carlos Salinas de Gortari y más cerca en el tiempo, la cantante Lila Downs.

martes, 31 de enero de 2012

Mudo los archivos ¿también me estaré archivando? ¿o será solo una mudanza?

Malena, mi hija, me pide que desocupe un armario donde guardo parte de mi historia periodística en formato analógico. También las pruebas irrefutables para que el FBI me condene con la ley SOPA: 300 cassettes piratas grabados cuando tenía acceso, por canje con la radio, a las disquerías.

Son seis cajones en total. Parte en VHS, parte en Super VHS, parte en cintas de audio. Están también allí algunas reliquias: los primeros grabadores que me acompañaron en la tarea de registrar cosas que me acuerdo en parte, que alguna vez fueron importanes y otras que por más que intente no recuerdo.


Ahí están; miro una carátula del cassete: "Los unos y los otros", Radio Nacional. De esa etapa me acuerdo tres cosas, pero seguro no están allí. La pelea con el entonces ministro de Hacienda, Claudio Poggi, hoy gobernador. Hablábamos sobre una obra, le decíamos que mentía y él que no y que no. Y teníamos razón. Solo hizo falta tiempo, como dice Concha Buika.

Me viene a la memoria -no sé si en ese entonces, si antes, si después- el día que se partieron dos casas de mi barrio y los vecinos lo invitamos "amablemente" que se quedara al hoy gobernador, diciéndole que de ahí no se iba hasta que le solucinaran el problema a la familia damnificada. "Vos de acá no te vas" le dijo alguien, que según sea el interlocutor que se acuerde del episodio, se adjudicará el valeroso acto. Pero creo que fui yo, aunque siempre habrá un vecino dispuesto a contradecirme la versión, pero no el hecho. Se pasó 12 horas departiendo "amablemente" con los vecinos -hasta la mañana siguiente- cuando apareció la solución. No entiendo cómo no terminamos todos presos; fue lisa y llanamente privación ilegítima de la libertad. ¿Valdra esto como confesión? ¿Habra prescripto la condena?

Vuelvo mentalmente a la radio, en un segundo acto. "Y cuando digo que son unos hijos de puta, no estoy usando metafóricamente la palabra, sino literlmente; son unos reverendos hijos de puta", dije, enojado con unos sinvergüenzas que por entonces tenían chapa de vivos y estafaban a la gente de mi pueblo, Juana Koslay. Eran los administradores de San Luis Agua, los privatizadores del agua que después huyeron como ratas.

Y era lógico, al acólito de "la familia", ocasional conductor (por ser el más antiguo) cuando la radio se quedaba sin director, le di la excusa perfecta para darnos un boleo en el orto y "a jugar con tierra". Eso creyó él.


Con no más dinero que el necesario para poder comprar dos o tres pizas con agua de la canilla(en una estadía que sabíamos cuendo empezaba, pero no cuando y como terminaba), pasajes garreados como era costumbre, nos fuimos a Buenos Aires con Daniel Accinelli.

Hablamos con montones de gente, golpeamos una inmensidad de puertas. Caminamos como unos verdaderos hijos de puta. Pero lo conseguimos y volvimos no solo con el respaldo de la presidenta de la Comisión de Derechos Humanos de Diputados y la titular de la de Libertad de Expresión, sino que vinieron ellas con nosotros a bancarnos la pelea contra el representante del feudo. Y aquí, en Puntania Land estuvieron, como dos mujeres hechas y derechas, con todo lo que hay que tener, Lucrecia Monteagudo y Patricia Walsh. Pero, como si eso fuera poco, también desembarcó el viejo maestro: Alfredo Bravo en persona vino a darnos el espaldarazo final. No éramos más que el duo Pardepe, pero hicimos tanto quilombo que parecía que habían levantado el programa más importante de la historia. A Nacional Buenos Aires llovieron adhesiones de las más inusitadas, la CTA, la Fatpren, el PC, el Partido Intransigente, el Barba Gutierrez, alguna fracción del PJ, no el puntano por supuesto...

Y, finalmente, en un hecho inedito hasta el momento, Los Unos y los Otros volvió al aire después de un mes de silencio.

Pero encontraron la manera: nos ahogaron económicamente, hasta que pedimos por favor que nos liberaran de la obligación de cubrir el espacio a nuestra costa. Además de trabajar, pagábamos. Siempre se encuentran formas de evitar lo desagradable. Y nosotros lo éramos.

Miro otros cassettes que tenían el mismo membrete. No los escucho. No tengo tiempo, ganas o qué se yo.

Y me acuerdo el tercer episodio. El dia que mientras hacía una entrevista me tildé y no supe, por algunos segundos (creo que fueron varios) ni siquiera con quién estaba hablando. Después me dijeron que esas eran "ausencias". Una vez más se repitió la situación, aunque de manera menos notoria y ahí decidí que ya no podría hacer mas radio. Y así fue, después de casi 20 años, que comenzaron en aquel lejano '83 en que hacíamos "Supervivencia" en las siestas del domingo cordobés, también por otra Radio Nacional.

Y ahí están como testigos esos kilómetros de cinta encarretada. Ellos saben que algún día fui, no sé si de los unos o de los otros, pero que fui.


Y aparece otro que dice "Siestas para contar y cantar". Tampoco lo escucho, pero se qué tiene. Hay una versión bastante rara de la zamba de Juan Panadero, en la que el Cuchi Leguizamón al piano cuenta: "Es cierto eso que dice la zamba... Un día al barbudo lo habían echado del trabajo y no quería que se enteraran en su casa y pasó por lo de don Riera..." cuenta y cuento yo de memoria. Y atrás suena el piano con la zambita juguetona. Eran las siestas de Universidad, más atrás o más acá en el tiempo, según se lo mire. Debe haber sido 95/96.

Un buen día, casualidad o no, después de hacer referencia a la participación de la Iglesia en la dictadura y particularmente la del obispo de San Luis de ese entonces, Juan Rodolfo Laise, me dijeron que necesitaban el espacio para hacer un programa en vivo que jamás salió. En su lugar pasaban música tecno. Y allí quedaron mis dos oyentes con las siestas que no dormían y las cosas que quedaron sin poder contar y cantar. Sin la buena música que pasaba. Porque el programa capaz que era malandra, pero la música, como siempre, de primera.

Una vez Marita Londra, una histórica de la radio, que hacía (y hace) El Escuchado, entró, escuchó la cortina y sentenció: "Este programa debe ser bueno, muy bueno si tiene la música del Cuchi como cortina". No sé si lo escuchó alguna vez o se quedó con esa buena impresión que además tuvo la fuerza de ser la primera.

Pero otros no pensaron lo mismo o no escucharon que tenía a la Zamba de Juan Panadero como cortina.


Me voy archivando con mi archivo, me parece. ¿Fue bueno todo lo que hoy, a la distancia, me parece que fue bueno?

De una cosa estoy seguro: el mejor programa de radio que hice, fue en la Libre, en mi Libre. Hija secuestrada, malograda, prostituida. Y no fue informativo, periodístico o serio de manera alguna. La Mosca Blanca, un cabaret radial. Fue un mes, un mes y medio o a lo mejor dos, pero todavía hay memoriosos que se acuerdan cuando ya han pasado más de vente años. "Un programa para noctámbulos o no tan boludos". Jamás hacer radio me resultó tan divertido. Con el Negro Parisí, hoy Doctor, titular de la cátedra de Psicología Política, conferencista en Europa y América Latina y otros etc., con una depresión que nos llevaba puta, dos latas de durazno para simular los exteriores, con público en el estudio, donde supuestamente había mujeres que bailaban, hicimos el programa más desopilante que recuerde la historia de San Luis en esos años. Una hoy funcionaria de Cristina (la he visto de casualidad en la tele) formaba nuestro imginario cuerpo de baile.

Después hubo otros zafados en el aire de Puntania, capaz mejores. Pero ese marcó una época. Y fue, lejos, mi mejor programa.

Pero no encuentro esos cinco o diez minutos que tenía archivados. Éramos tan pobres que no podíamos comprar cassettes y entonces vivíamos regrabando. De casualidad se salvó un fragmento que no encuentro. Pero no busco demasiado. Sé que está, pero no se si podría reconocerme en aquellas ocurrencias cuando tenía treinta años.

Hay, según veo mientras guardo, reliquias musicales que hace siglos que no escucho. Unas 300 horas de música grabada de los intérpretes más variados. Todos buenos, exquisitos. Al menos para mí.

Desde Path Metheny hasta la Mona Jiménez, para no olvidar mi profunda raíz cordobesa. Dejaba mi vida y lo que no tenía para comprar cassettes de cromo para que quedaran indelebles mis infracciones a la ley 11.723 local y a la futura ley SOPA.

¿Estoy archivando mis cosas o me estoy archivando? me pregunto. Hay que hacer de comer. Iremos al cine esta noche con mis hijos.

En el interin, mientras guardaba cosas en el armario que me regaló Nora hace algunos días, Male quizo hacerle chocolatada a su novio. Le di cacao que guardaba hace por lo menos una década.

Le aseguré que yo hace poco tomé tomé una taza y no me dio siquiera diarrea. Capaz que fue cierto. Tomar tomé, pero la segunda parte de la historia no se si es muy verificable, porque recuerdo habér tenido hace poco, un día plagado de retorcijones y largas sesiones de inodoro.

Es el precio que tendrá que pagar por el amor, si es que la quiere como dice. No tengo escopeta, pero guardo celosamente el tarro de Nesquik de fines de los noventa. Siempre habra una víctima propiciatoria. En definitiva, así son las cosas del amor.

No por casualidad, cuando una gitana te maldice, lo hace diciendo: "Ojalá te enamores" y en voz baja, cuando se va (cosa que muchos no escuchan) susurra "y que te quedes solo".

Ahora, ya lunes, después del acomodo del domingo, del regreso de mi hijo a Córdoba, de la partida de mi hija a casa de su madre, casi a medianoche, mientras escribo esto, se acerca el Pipi, mi perro con nombre de pájaro y me reclama comida. Le doy el balanceado que él detesta. Lo come a regañadientes. Mientras tanto busco en la heladera y no hay nada. Tomo el último trozo de pan que me queda, curioseo en un armario. De casualidad hay latas de picadillo y de paté. Abro una, la compartimos con el Pipi y me quedo pensando qué hubiera pasado si no tuviese el oido tan fino y no hubiese escuchado lo segundo que dijo la gitana.

Pero ya es tarde y las cosas nunca vuelven hacia atrás. El Pipi y yo lo sabemos bien.