lunes, 10 de septiembre de 2012

Polenta

A veces, cuando me gana la desesperanza, cuando no tengo ganas de nada o se me ocurre que hay pocas cosas que tienen sentido, pienso en mi vieja.


Hacía como cinco años que no podía caminar: las rodillas vencidas, los tobillos a la miseria, los brazos sin fuerza, los músculos atrofiados por una puta enfermedad que le arruinó el cuerpo...

Nunca se quedó quieta con su silla de ruedas. Prendió la cocina, lavó los platos, cocinó, cebó mate. Siempre se las arregló como pudo, con un palito, empujándose con un pie, con lo que fuera o como fuera.

Nos hace enojar porque nunca pide que le alcancen nada y si uno pregunta por algo, inmediatamente, sale ella a buscarlo.

Y desde hace unos meses, que encontró a alguien que le hace unos masajes revitalizadores, se puso las pilas para volver a caminar. Tiene 85 y no se rinde. No sé de dónde saca tanta "polenta".

Se enoja, porque no puede -como quisiera- hacerlo sin el andador para salir a hacer las compras sin pedir ayuda.

A veces, muchas, la envidio y la admiro por tanta fuerza.

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